domingo, 9 de noviembre de 2008



Me muevo con un torniquete
en la penumbra de mi astucia,
con un temblor en el ojo izquierdo,
una muleta en las mayúsculas
y una estampita del niño Jesús.

Voy con la pértiga de vizconde,
el tenedor en la mano derecha,
en la zurda una caricia tiende a dejarme
sin espinas en el nombre, sin calendario.

Me muevo a mi antojo de arlequín
a mi aire descoyuntado,
con mil complejos,
sin chisteras ni conejos
que sorprendan a las lunas menguantes.

Pellizcando las incógnitas de mi perfidia,
haciendo muecas delante del portero automático,
en la fuente y en la porción,
por los sueños que manchan los hábitos
de mi risa peregrina.

En un tablao de suerte
o en el segmento de cualquier aurora,
en un sinfín de casualidades que cortan el hipo
de este trajín, me muevo
con la servidumbre de cualquier forajido.

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