domingo, 9 de noviembre de 2008



El paisaje es perfecto
para devorar recuerdos,
no tiene prisa, se desmonta,
desaparece entre los matorrales
de nuestra biografía,
nos acompaña a la puerta
de la casa donde nacimos.

Hasta que un día
nos damos cuenta que el sol
es una pieza de relojería
con fecha de caducidad,
las nubes una manada de lobas
capaces de ahuyentar la brisa,
la pradera una alfombra
que cambia de color en la lavandería
y las cigüeñas hacen sus maletas
cuando el frío aprieta las tuercas.

Las vías saben entender el ritmo
del paisaje.
Unos días puedes reír y otros llorar
si el tren atraviesa el horizonte
o corta en dos a la ciudad.

1 comentario:

MissMoon dijo...

Me gustó mucho, ¡gracias por escribir!